Efecto Pigmalión

Cuenta la leyenda que hubo una
vez un gran artista, un famoso escultor, enamorado de la perfección en sí
misma, tanto le gustaba que decidió crear con sus manos la mayor obra de arte
que se hubiera nunca visto, y como para él la mujer, como concepto, constituía el
ser más asombroso de la creación, decidió hacer la mujer perfecta.
Según iba dando rasgos con sus manos a la mujer soñada, fue imaginándose como ella sería si fuese real, imagino su voz de seda, su corazón puro y sus pensamientos inteligentes, su humor efervescente y su personalidad cautivadora, tanto fue así que cuando termino su obra estaba completamente enamorado de su creación a la que llamó Galatea. Afrodita, apiadándose de él insufló aliento en la escultura dotándola de vida, y gracias al mimo y amor con el que había sido creada y moldeada, Galatea resultó ser exactamente la persona maravillosa que Pigmalión imaginó.
Este es el mito que inspiro a los psicólogos Rosenthal y Jacobson a formular una teoría que mas tarde se encargarían de demostrar.
El efecto Pigmalión explica cómo las expectativas que tengamos acerca de los niños van a condicionar la conducta y comportamiento de los más pequeños, de forma que su actuación concuerde con lo que se piensa sobre ellos. De este modo se crea una profecía autocumplida, una especie de círculo vicioso difícil de romper.
Los psicólogos Rosenthal y Jacobson realizaron una investigación en una escuela con alumnado de primaria, hicieron una serie de test de inteligencia y les dijeron la profesorado el nombre de treinta alumnos que eran especialmente dotados a nivel cognitivo.
Dejaron pasar el curso y efectivamente aquellos alumnos que fueron etiquetados como los más inteligentes obtuvieron resultados significativamente superiores al resto de sus compañeros, pero lo que los profesores no supieron en ningún momento, es que el nombre de estos alumnos fue elegido al azar.
¿Cómo es posible entonces que los resultados académicos corroborasen ese primer juicio que no tenía ninguna base? El profesorado, de manera inconsciente, se comportaba de manera diferente según el alumno con el que trabajaban. Con alumnos que consideraban más inteligentes, confiaban más en sus capacidades, les motivaban y reforzaban de manera más frecuente, les miraban más, les tenían más en cuenta y se molestaban menos ante sus errores. Todo ello incidió de manera positiva en la conducta, el desempeño y los resultados de los niños y las niñas.
La infancia es un periodo sensible, donde se van a aprender y conformar algunos de los pilares fundamentales para un desarrollo adulto sano. La formación de nuestro autoconcepto comienza en la niñez. El autoconcepto es la imagen que cada persona tiene de sí mismo que engloba opiniones, ideas, valoraciones y sentimientos, tanto de sus propias características y capacidades personales (físico, habilidades, etc.) como sociales. La imagen que nos formemos en estos primeros momentos suele acompañarnos a lo largo de toda nuestra vida, y es muy difícil romper un autoconcepto negativo.
Si como niños nos percibimos con habilidades y cualidades positivas suficientes para hacer frente a las distintas situaciones, si sabemos cuáles son nuestras capacidades, y todos las tenemos, seremos adultos con una sana autoestima y capaces de enfrentarnos a las dificultades del día a día. Si por el contrario, de pequeños nos percibimos con poca capacidad, pocas habilidades y/o cualidades negativas, no es fácil modificar eso más adelante, vamos a actuar como se espera de nosotros, porque es lo que se espera de nosotros.
Si a un niño le están diciendo constantemente lo malo que es, no esperes que sea bueno, él es malo, siempre ha sido malo, nunca le han demostrado que puede ser de otra manera, si el niño o la niña recibe a través de las palabras, los gestos, los comentarios, las miradas, etc. una etiqueta o una limitación, asumirá estas como verdaderas.
Esta imagen sobre nuestro propio yo se va formando y desarrollando en relación con las valoraciones que recibimos de nuestras figuras de referencia (padres, abuelos, profesores...). Por eso mismo tenemos que ser agentes positivos, no basta con dejar los mensajes negativos, tenemos que creernos las capacidades y posibilidades de nuestros hij@s y alumn@s, mirarles sabiendo que son capaces de hacerlo, demostrándoles que somos su apoyo si nos necesitan, que les podemos ayudar cuando están aprendiendo y confiamos plenamente en que van a aprender y que pueden hacerlo. Para reforzar y acompañar a los niños y niñas de una manera sana y positiva, muchas veces tenemos que sanar nuestras propias creencias limitantes sobre nosotros mismos, muchas de ellas se esconden dentro de nuestra propia infancia, y se nutren de aquellas aquellos mensajes que en su día recibimos. Es importante reconocerlos para poder romper el círculo y así poder acompañar de verdad, de manera auténtica y sana, el proceso de aprendizaje y crecimiento de nuestros pequeños...
Os invitamos a participar en la escuela de padres del cole, para construir juntos herramientas que nos ayuden a educar a nuestros niños en un ambiente positivo, motivador, emocional y emocionante.
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